abril 06, 2005

DIARIO DE UN NACIONALISTA (PRIMERA PARTE)

NOTA PRELIMINAR

He querido escribir estas páginas, para que aquél que las lea comprenda lo que es el nacionalismo. A veces se habla y se critica sin conocer las verdaderas razones que nos mueven a seguir sin desfallecer en este tortuoso y espinoso camino. Nadie parece querer entender el sentimiento y las ilusiones que hay debajo de la corteza política. Nuestro deseo de ser libres, y escoger ser lo que queramos ser, es absolutamente legítimo. No queremos que nadie decida por nosotros, como nosotros no nos metemos en la vida de los demás. Que nadie interfiera en nuestras vidas y en nuestros derechos. Que la soberana voluntad de nuestro pueblo es la única que cuenta para nosotros.
En estos días en que se está ventilando en el circo nacional el asunto del plan Ibarreche y las próximas elecciones vascas, no puedo dejar de mostrar mi más absoluta solidaridad y adhesión con nuestros hermanos de Euskadi. Porque además de las innumerables razones históricas, políticas y científicas que no dejan ni el más mínimo atisbo de duda de la existencia de la identidad nacional vasca, un pueblo tiene como digo, derecho a ser lo que quiera. De hecho, yo hablo en representación de la voluntad soberana de un municipio de la sierra de Madrid, en el que hemos decidido ser noruegos. Sí, noruegos, ¿qué pasa?

1. EL ORIGEN

Aquí en Madrid, estamos hartos del centralismo madrileño. Ahítos andamos con la asfixiante opresión a que el Estado, la Comunidad, la provincia y el propio ayuntamiento nos someten, imponiéndonos una nacionalidad, lengua, cultura y costumbres que ni son nuestras ni queremos. Que en definitiva nos repugnan.
Pero gracias a nuestro iluminado Maestro, Agustinsson (Juan Pedro, el de Agustín, antes de la liberación), hemos podido ver la luz, el camino, hemos descubierto nuestra historia, nuestras raíces. Estábamos huérfanos de identidad, vagábamos por la vacía, fría y oscura senda del invasor. Pero ahora no.
Todo empezó cuando Agustinsson descubrió una inscripción antiquísima en “la gruta del Tordoloro”, una cueva cercana a nuestro pueblo, Bonneland –cuyo significado es “Tierra de Alubias”, rebautizado así después de la liberación, claro-. La inscripción que data del año 990, como se pudo demostrar científicamente procedía de los primeros pobladores de nuestra tierra, unos vikingos que remontaron el Tajo y el Jarama con un drakkar cuyo mando lo ejercía Odd el Cojo, un primo del legendario descubridor de América. De hecho, según se ha podido acreditar documentalmente, Odd el Cojo y su primo Erik el Rojo, iban en la misma expedición que recaló en Groenlandia. Sin embargo surgieron ciertas desavenencias en el transcurso de una comida por un plato de foca en pepitoria, y Erik el Rojo atizó a su primo un patadón en la rodilla del que no se recuperó nunca del todo. Le persiguió siempre un picorcillo en el menisco, sobre todo cuando iba a cambiar el tiempo. Paradójicamente el sobrenombre del “Cojo” le provenía de una extraña alergia al cabello de ángel, que le provocaba tibieza en sus decisiones, si bien la etimología del alias aun no está del todo contrastada.
Pues bien, Odd, contrariado decidió emanciparse de su primo, y tras comerse un trozo de pan de tundra mojado en un sofrito de ñu polar[1], se fue sin despedirse de nadie, salvo de una rubita pecosa que habían raptado en una de sus últimas excursiones a Normandía –de aquí el dicho “despedirse a la francesa”-. Se puso al mando de un drakkar, cruzó el Atlántico, entró en la Península ibérica por el Tajo, y a la altura de Aranjuez cogió el Jarama y unos espárragos para el camino, y finalmente vino a dar con sus huesos a nuestro amado pueblo. Muchos han querido ver en todo esto una manipulación histórica, alegando que no parece probable que un barco vikingo pueda remontar el Jarama como si de un salmón se tratara. Pero no importa, estamos acostumbrados a los ataques fascistas y al secular deseo de la Comunidad, Estado, Provincia, Ayuntamiento e Instituciones varias de que desaparezcamos del mapa, de nuestra aniquilación como pueblo y como representantes de una cultura propia que se ha ido traspasando de padres a hijos durante siglos, sin permitir durante todo este tiempo que nuestra sangre se mezcle con ningún vecino para no perder nuestra pureza, nuestra raza, nuestra superior genética.
La histórica inscripción en la cueva rezaba “JEG ELSKE ERIKA”, que significa “Yo, Odd el Cojo fundo este pueblo en el año 991, y deseo que siempre sea una tierra libre, que no sea invadida por nadie y que sea independiente e impermeable a cualquier pueblo vecino”.
Pero claro, cómo no, siempre hay algunos que nunca se cansan de herir nuestra sensibilidad, de atacar a nuestra cultura, a nuestra patria, y no se les ocurrió otra cosa que decir que la inscripción significaba “Yo amo a Erika”, y que incluso se sabía, que lo había escrito Juan Pedro, el de Agustín, (Agustinsson), después de un crucero que disfrutó por los fiordos noruegos a cuenta de las arcas municipales –por aquel entonces ostentaba el cargo de alguacil del pueblo - con el pretexto de estrechar lazos con aquéllas gentes. Y tanto los estrechó –siempre según la historiografía invasora y fascista-, que quedóse gravemente encoñado de una tal Erika, nórdica azafata del barco, que gastaba una enorme y brillante melena rubia y un 43 de zapato. Y cuando volvió al pueblo, para perpetuar en el rural entorno su reciente enamoramiento, agarró un bote de pintura y se dirigió silbando una polka a la Gruta del Tordoloro, y cuando ya estaba terminando su magna obra, descubrió aterrorizado que detrás de él se encontraba con los ojos inyectados en sangre y con un pedrusco en la mano, la que a la sazón era su prometida, Candela Santiuste. La cornúpeta, que tenía una puntería digna del bíblico David fruto de muchos años reuniendo rebaños de oveja colmenareña por toda la comarca, le acertó con el pedrolo justo en la unión de la nariz y las cejas, que en el caso de Juan Pedro –Agustinsson- convergían en un único punto. Desde entonces, la propaganda dominadora, dijo que Juan Pedro perdió el norte y no volvió a distinguir una oveja de una urraca, y que así es como empezó realmente la verdadera historia de nuestro pueblo Bonneland.
¡Vaya historia más absurda! ¿Quién puede creerse eso? Pues sí señores. Los ocupantes, henchidos de odio, desplegaron una campaña de calumnias y falsedades de toda índole para echar por tierra nuestras ilusiones, nuestra identidad, cultura, etcétera, etcétera. D. Miguel, el maestro, en su maldito empeño en desprestigiarnos, compró un diccionario de noruego para traducir la célebre frase. ¿Acaso demuestra algo lo que aquellas palabras significan literalmente? ¿Es que no importa el sentido dado a la frase, el trasfondo, el mensaje, que es lo Agustinsson nos enseñó? ¿Quién dice que aquello no era un diccionario manipulado?
Es más, la pintada en la cueva no era ni mucho menos la única prueba irrefutable de la existencia de nuestra Historia. Al poco tiempo descubrimos la reliquia conocida como “El pitón de Abdón”, cuerno que apareció muy cerca de la Ermita de San Abdón, y que según hemos demostrado, perteneció al casco de guerra del mismísimo Storvak el Correcto, nieto de Odd y que fue durante varias semanas el caudillo en funciones del pueblo durante un viaje de negocios de su tío, Kirsnick el Fétido.
Pues esto tampoco les pareció bien a los señoritos de los poderes fácticos, en este caso representados por Julián el veterinario, que continuando con su odioso y cansino camino de destrucción de todos nuestros símbolos, dijo que ese cuerno pertenecía a una vaca avileña negra ibérica que había doblado el pescuezo algunos meses antes debido a una brucelosis galopante. Por si fuera poco, y uniendo sus fuerzas se adhirió de nuevo a esta sinrazón propagandística D. Miguel el maestro, que en el colmo del disparate se aventuró a decir que realmente los vikingos nunca llevaron cuernos en sus cascos, que esa es una imagen dada por la literatura y el cine. ¡Tócate los cojones! Era lo que nos faltaba por oír en esta cascada de bulos y falsedades que han arrojado sobre nosotros.
Mas a cada intento de desprestigio que sufríamos por parte de los dominadores, nos crecíamos y seguíamos luchando en nuestra búsqueda de la verdad. Para ello, el patriota Celestinsson, que había llegado a cursar no una, sino varias asignaturas de auxiliar de clínica, al despertar una mañana y tras recibir el fresco aire de Somosierra en la cara, comprendió que nosotros pertenecíamos a una raza perfectamente diferenciada de los pueblos vecinos. No había lugar a ningún género de dudas al respecto, pero como para ciertos incrédulos y escépticos no vale con el testimonio y la palabra de la gente noble y auténtica, Celestinsson se dedicó en cuerpo y alma a la toma de datos que pudieran corroborar de manera empírica su teoría. Y los esclarecedores resultados no tardaron en llegar. De los cerca de dos mil habitantes que había en el municipio, se muestreó a una población de 17 individuos, de los cuales 4 tenían el dedo meñique del pie casi un cuarto de grado más curvado que el resto.
Por si esto no fuera suficiente, Celestinsson realizó un monumental trabajo de documentación en varias casas de cultura y bibliobuses de la zona, durante al menos tres días, recopilando toda la información que hubiera disponible para arrojar algo de luz sobre nuestra reivindicación sobre la raza, tratando de descubrir alguna otra seña de identidad de nuestra superior morfología, y así, finalmente reparó en un antiguo tratado de contabilidad, donde claramente se entendía que la abertura de nuestro píloro era singularmente mayor que en otras etnias. Sin embargo D. Matías, el médico, en un ejercicio de opacidad pública sin precedentes, y de obstrucción a la ciencia, prohibió taxativamente a Celestinsson realizar una serie de exploraciones -que demostraran te sus hipótesis científicamente-, a los pacientes del consultorio local. Incluso, y según consta en el diario de sesiones de nuestro Partido, el galeno se atrevió a decirle impúdicamente a nuestro compañero, en ese estilo mixto entre prepotente y paternalista que caracteriza a los invasores, “no seas burro, hombre”. Increíble pero cierto.

[1] Esta ceremonia, en el rito vikingo, significa enfado o deseo de echarse una siesta. El Ñu polar se extinguió a causa de las constantes disputas entre vikingos.

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