No sé como llegué a parar a este pueblecillo alejado de la mano de Dios, con sus árboles que nunca florecen, con su pequeña plaza, con sus casas hechas de una arenosa piedra y con sus calles plagadas de ratas y animales muertos a causa del hambre o alguna enfermedad.
Los enormes muros que rodean el pueblo lo aíslan del resto del mundo y sus habitantes ignoran lo que hay tras esas enormes murallas.
Me solía sentar en una silla de madera a observar la soledad que asolaba cada rincón del pueblo; esperaba impaciente el día en que la muerte me sacara de ese maldito lugar en el que las personas no tenían mas alimento que la hierba seca y el lodo que se acumulaba en las rocas, y no tenían más bebida que el agua que se colaba por debajo de la muralla los días que llovía fuera; la gente esperaba a que entrara al pueblo algo de agua para poder saciar su sed, algunos, esperaban toda su vida sin conseguir nada.
En el pueblo había una leyenda de que fuera todo era perfecto el cielo no estaba oscuro como en el pueblo, sino claro e iluminado por el resplandor del sol, los árboles daban frutos dulces que calmaban el hambre y la sed,
Los verdes prados se cubrían de flores y no existían las enfermedades, ni el hambre, ni la sed; todo era felicidad allí fuera según contaban las leyendas.
Para mí era como un paraíso que tenía al alcance de mi mano pero al que no podía llegar de ningún modo.
Aquella noche soñé que estaba sumido en la oscuridad de un túnel en el que al final veía una luz a la que, por más que corría, no conseguía llegar de ningún modo, y tras un rato, me rendía ahogado en la desesperación de no lograr alcanzar esa meta que había ante mí.
Me enfurecía el pensar que tras esos muros estaba mi sueño inalcanzable y me dispuse a franquearlos para así lograr mi única meta en la vida, pero por más que lo intentaba no lograba atravesarlos de ningún modo.
Mas de la mitad de mi vida la ira me ha estado carcomiendo el alma, pues nunca logré atravesar los muros, y hoy, en mi lecho de muerte, espero a que lo inevitable ponga fin a todo este sufrimiento que me ha acompañado en vida.
Victor Valbuena Martínez