Ayer empecé en mi nuevo trabajo. Son ya muchas veces en los últimos tiempos que tengo que comenzar una nueva andadadura profesional, y lo cierto es que con la edad cada vez me da más pereza. Amoldarse a nuevos hábitos, jefes, compañeros es un auténtico coñazo. Uno tiene que estar con la sonrisa puesta y con buena disposición a todo por aquello de agradar, ya que las primeras impresiones dicen que son las que cuentan. “¿Qué te parece ir haciendo esto para que vayas tomando contacto?” ¡Por supuesto, haré esas fotocopias con el máximo interés! “¿Quieres bajar a tomar un café?” ¡Claro! Estoy deseando escuchar durante un buen rato vuestras pueriles conversaciones poniendo a caer de un burro a gente que no conozco absolutamente de nada y protestando amargamente por lo mal que están las cosas en este trabajo, y que dicho sea de paso, todo ello me importa un huevo.
Bien es cierto que de vez en cuando es muy conveniente abrir las ventanas de nuestra vida con algún cambio para airearla y dejar que nos invada un buen chorro de renovado aire fresco, pero joder, cada vez valoro más acurrucarme frente al calorcillo que emana de la dulce rutina.
De modo que los nervios que antaño sufría cuando cambiaba de trabajo hoy se han tornado en una especie de desidia considerable. La reunión con el Director que me recibió muy amablemente no me produjo ningún tipo de cosquilleo en el estómago. Su charla sobre lo importante que es la actividad que se realiza en esta oficina, y las posibilidades de promoción profesional que existen, las escucho como un murmullo de fondo mientras mi cerebro se dedica a explorar las posibilidades reales del sitio en cuestión. Es decir, costumbres y horarios de la jefatura, posibilidades de salidas al exterior para escaqueos varios, cuántos cafés al día se puede uno tomar sin que se note, qué tipo de control se ejerce sobre las navegaciones en internet, en fin, lo que puede hacer agradable o no la estancia en este lugar.
De modo que los nervios que antaño sufría cuando cambiaba de trabajo hoy se han tornado en una especie de desidia considerable. La reunión con el Director que me recibió muy amablemente no me produjo ningún tipo de cosquilleo en el estómago. Su charla sobre lo importante que es la actividad que se realiza en esta oficina, y las posibilidades de promoción profesional que existen, las escucho como un murmullo de fondo mientras mi cerebro se dedica a explorar las posibilidades reales del sitio en cuestión. Es decir, costumbres y horarios de la jefatura, posibilidades de salidas al exterior para escaqueos varios, cuántos cafés al día se puede uno tomar sin que se note, qué tipo de control se ejerce sobre las navegaciones en internet, en fin, lo que puede hacer agradable o no la estancia en este lugar.
He de decir que me siento como esos reclusos de película que según ingresan en presidio y les están vociferando las normas a cumplir, se dedican a observar por todas partes tratando de descubrir qué tipo de salidas de conductos de aire existen, o los materiales con los que están construídas las paredes para la posible construcción de túneles, y en definitiva, llevando a cabo todo un análisis de las posibilidades de éxito de una potencial fuga.
Pues así estoy yo ahora, "trabajando" en mi particular fuga.
Pues así estoy yo ahora, "trabajando" en mi particular fuga.